domingo, 14 de enero de 2018

" El regalo "

Introducción: Trátase de la felicitación por email a mi hijo Julio, con motivo de su 31 cumpleaños.
Él y su esposa Begoña, que radican en Bilbao, me han dado un nieto hermoso, Nicolás, de 11 meses, con quién yo, su abuelo, "hablo" con frecuencia, en mi domilio de Avilés, dirigiéndome a una fotografía de él que reposa en mi despacho.
Cuando el padre de Niicolás era un niño de 3 años, pasaban el verano en Luanco y al llegar la hora de acostarse, me clamaba para que hablase "Lolo", que era un muñeco de fieltro, con el que nos acostábamos mi  hijo y yo, tapándonos, por el frío, con el esbozo hasta el cuello,  por donde "Lolo" asomaba la cabeza, que giraba a uno y otro lado, según quién tuviera la palabra. Las charlas era sobre ocurrencias mías, y hacía de ventrílocuo; si  reñía a "Lolo", mi hijo, que lo consideraba un héroe, se enfadaba conmigo; y si reñía a mi hijo  entonces era "Lolo" el que se sublevaba, anda y como se ponía Julio si reñía a "Lolo".... Y así hasta que se dormía y pasaba el resto de la noche en la cuna. Uno y otro día y otro tras otro, le encantaba que habláramos los tres juntos en la cama matrimonial.  ("Lolo", medio destartalado, está como recuerdo en la casa de su abuela, en Luanco)


01/05/2013

Hola, "Yulo":

¡ FELIZ CUMPLEAÑOS !!!


Qué pases un día estupendo, junto a Begoña y Nicolás.

Mira, ya que nombré a Nico, fue él el que me sacó del apuro a la hora de elegir el regalo que hacerte en este día; estaba dándole vueltas pero nada acababa de convencerme ... Miré desdie farmacias hasta ferreterías, pasando por todo tipo de comercios, hasta fui a  los chinos, pero nada, le daba a todo para atrás; pensé en comprarte un traje bueno, no de mahón, ¿eh..?, pero todo eran tallas grandes, que me quedaban pequeñas a mi las chaquetas...
Y, al salir de la sastrería, fue cuando vi a un chiquillo que estaba  llorando donde el escaparate de un kiosco, con las narices pegadas al cristal mirando para unas porras, y me acordé  de Nicolás y me fui solo  para el Parque de Ferrera a sentarme en un banco para hablar con Nico.
-Nico, mañana ye el cumple de papá, ¿qué y vas a regalar?
Home, güelito, ¿no sabes que todavía no tengo hucha..?
-Ya, Nico, tendrásla, ho, pero, si la tuvieres, ¿qué y regalaríes..?
No se, güelito, a lo mejor, igual y gusta que juegue con él, pero ese regalo  ya lo tiene...
-Oye, Nico, qué y dieres una alegría no sería mal regalo, ¿verdad..?
No, seguro que no, güelito, ¿tú cual le darías..?
-Yes listo, he, Nico,  lo que quies ye que te diga cual  tienes que regalay, eh,  ¿a qué sí?
Sí, dímelo, anda, güelito...
-No se, Nico,  como todavía yes pequeñín, que no ficiste el añin, y tas to el día a gates, mañana, cuando tu pa te tiradón en el sofá, y mamá te pose en la alfombra, sin que papá te vea, cogeste a una silla pa levantate y empieces a toser  pa que mire y te vea ir caminando hacia él... Verás como empieza a gritar. ¡ Bego, Bego, Begoña !, ven corre, mira, Nico ya anda, y  eso que no tien un año.todavía.
Es verdad, güelito, ese regalo tiene que gustarle, que siempre está pendiente de mí por si caigo cuando me apoyo en el sofá y así podrá ver la tele sin preocupase de mi, ¿verdad güelito?
-Sí, Nico, la alegría del regalo seguro que y la das, que ye de lo que se trata, y ta bien elegida,  pero la preocupación  va tenéla y mayor... 
¿Por qué, güelito..?
-Puff, no se, ¿cómo te lo diría..? Pues, porque iba a tar to el día cerrando puertes...
Y tú, güelito, ¿qué le vas a regalar..?
-No se, Nico, ando loco buscándoy un regalo que y guste, pero no se cual...
Cómprale un juguete, güelito, a mi me gustaría mucho.
-¿Un juguete, Nico? , no ves que papá ya ye mayor, si fuera como tú.... ah, coy, ye verda, ya ta, ya lo tengo...
-Oye,, Nico, déjote, tengo que ir a Luanco.
¿A qué, güelito..?
-A buscar el juguete pa papá, ta allí.
Un beso, güelito, muaak
-Otro muy grande pa tí, Nico, muaaaakk

* * * *

La respuesta no se hizo esperar, y quedé muy complacido:
"Lolo es el mejor, le echo de menos. Me gustaba su voz, cuando calentaba la cama de Siberia (Luanco). Cuando me defendía en la habitación presidida por Falo. Cuando le decía a mamá que no viniese a la cama, que se quedase viendo informe semanal con la abuela.

Echo de menos a Lolo, pero tb. echo de menos al ventrílocuo que lo maneja, un beso!!!




"El ajusticiado" (9 de 9)


(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)
Parte - IX -

El día de Corpus, la Octava, como llaman en Sabugo a la fiesta mayor, se celebra siempre en esta parroquia con gran fe y entusiasmo; los vecinos levantan arcos de tamariz en las bocacalles y tapizan, con espadañas, flores y cenoyo (hinojo) (1), el camino por donde ha de pasar la procesión.


El año que tuvo lugar la ejecución, los vecinos de Sabugo resolvieron hacer lo más solemne.posible la fiesta sacramental, para olvidar el reciente triste espectáculo del Carbayedo.

Todos los feligreses engalanaron las casas; pero la que verdaderamente llamó la atención, por lo original de su adorno, fue una casita de sencilla construcción, que formaba esquina en la plazoleta central de Sabugo. En ella vivía, postrada en cama de una parálisis, una mujer, que a todos inspiraba compasión.

La pobre enferma había mandado cubrir una y otra pared exterior de la casita con grandes ramas de roble, que había mandado cortar de los cuatro árboles del Carbayedo más inmediatos al sitio donde tuvo lugar la ejecución.

(1) Esta simpática y tradicional costumbre de alfombrar con espadaña y plantas aromáticas las calles en las procesiones del Santísimo, fue suprimida por el Municipio,. de acuerdo con la Junta de Sanidad, el día 25 de mayo de 1918

Ya las campanas de la iglesia habían anunciado, con su alegre repique, que iba a salir la procesión, cuando la paralítica sintió deseos de ver a Jesús Sacramentado pasear triunfante por las calles del pueblo, y mandó a unas vecinas que la sacasen hasta la puerta, para poder presenciar el desfile procesional; accedieron gustosas a ello, y .no bien apareció la Hostia Santa por la calle de Adelante, cuando se vio a la enferma salir a su encuentro, completamente restablecida.

El hecho tan público corrió de boca en boca,. y la .casa de la favorecida se llenó de gente.

Nadie pudo poner en duda que en la paralítica, al verla moverse y caminar con desenvoltura, se había obrado una curación milagrosa.

Esta señora era Angelina, la Patinota, madre del ajusticiado, postrada en cama, cinco años hacía, por crueles y repetidos disgustos


María Álvarez había muerto, y heredera de sus bienes Angelina, ésta, para conmemorar su feliz curación, y en acción de gracias, regaló a la iglesia parroquial de Sabugo una lámpara de plata (1), que lució muchos años delante del altar mayor.

La casa de María Álvarez se conservó, sin aparente modificación exterior, hasta el año de 1914, en que el Municipio de Avilés la expropió para ensanche de la calle de la Estación.

La Guerta Mari- Able hase transformado en estos últimos años, con arreglo a un plano de urbanización municipal, siendo uno de los sitios más vistosos y alegres del popular barrio, por el lujoso ornato de su moderna edificación.

(1) Esta lámpara, ya deteriorada por el uso, fue vendida el ario de 1901, y con su producto, se hizo la escalera lateral que da subida al coro de la antigua iglesia de Sabugo.


"El ajusticiado" (8 de 9)

(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)
Parte - VIII -

El día 23 de abril de 1714 fue un día de verdadera tristeza para Avilés. Desde muy temprano no se veían sino personas, de uno y otro sexo, caminar con cierta inquietud hacia el Carbayedo de San Roque, llevando en el rostro señales inequívocas de sentimiento y de dolor.


Allí, en aquel espeso bosque de encinas y de robles, se levantaba el tablado en donde iba a ejecutarse una sentencia.

Eran las once de la mañana, y la gente se agolpaba en la plaza Mayor, indicando que pronto iba a salir de la cárcel el infortunado reo.

Oyese un sordo murmullo, se abre la puerta del' calabozo y aparece Patinota, llevando entre las manos, esposadas, un Crucifijo.

Era Patinota un joven robusto, bien parecido, con ojos negros y expresiva mirada; a su lado iba el párroco prodigándole palabras de consuelo, y un poco más hacia atrás el ejecutor de la Justicia y algunos individuos de la ronda encargados de conservar el orden.

Al pasar el triste cortejo por delante de la iglesia de San Francisco se detuvo, y el reo rezó, en alta voz, el Credo, en tanto salían del convento contiguo dos religiosos franciscanos, pidiendo una limosna a los acompañantes para hacer los funerales y aplicar algunas misas por el alma del que muy pronto iba a ser ajusticiado.

Al concluir de rezar el Credo, volvió a absolverle el sacerdote, continuando después el camino, siguiendo por la calle de Galiana hasta llegar al sitio señalado.

¡Triste espectáculo!  Desnudo, escueto, terrible, se levantaba afrentoso garrote en lo más alto y visible del bosque.

Al ver el pobre reo el espantoso palo, temió por un momento; pero el piadoso párroco le recordó en seguida la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, y Patinota volvió a resignarse.

El sacerdote, entonces, le abrazó varias veces, le acompañó hasta el mismo tablado, le apretó la mano, le bendijo, le absolvió de nuevo y se despidió de él hasta la eternidad.

El reo, entonces, pidió perdón a todos.

Aquella escena fue altamente conmovedora.

Antes de recibir Patinota el golpe mortal, cuando el pueblo, conmovido, estaba conteniendo la respiración, se oyó, en medio de aquel torbellino de gente, una voz entrecortada y temblorosa, pero muy clara, que decía: «Hijo mío, subid al cielo; subid al cielo, hijo mío, y pedid a Dios por mi.»

La mirada de la concurrencia se fijó en el sitio donde había salido aquella voz y vieron una mujer desmayada.

Era María Álvarez, que no había tenido fuerzas para ver a su ahijado morir.

"El ajusticiado " (7 de 9)

(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)

Parte - VII -

Al día siguiente, que era el último de su vida, el infeliz reo oía, de labios del venerable párroco, el perdón de sus culpas.


En el calabozo se había preparado un sencillo altar, cubierto de negro, y en él se veía, entre dos velas de cera amarilla encendidas, una imagen de Cristo crucificado. Ante ella permaneció Patinota de rodillas largo tiempo en profunda meditación; después recibió, con marcadas muestras de fervor, la sagrada comunión, oyendo antes el santo sacrificio de la misa.

Los asistentes todos lloraban, y al verle a él tan conforme, hubiérase creído que se preparaba para una gran fiesta.

Oraba sin cesar, y hubo que distraerle para que tomara algún alimento.

Vuelto en si, le presentaron un buen almuerzo.

Era el último que comía;; lo saboreó con apetito; estaba alegre, y casi se sentía feliz

.Los amigos recibieron de él palabras afectuosas, y al carcelero, que lloraba, le dijo:

-¿Cómo lloráis por un miserable como yo? Ea, consolaos. Si Dios me perdona y me hace la gracia del buen ladrón, en el cielo me acordaré de vos.-.Luego, dice a todos los presentes::-Os suplico una oración, después de mi muerte, para el que va a ser ajusticiado.

Los asistentes todos movieron la cabeza en señal de asentimiento.

Unos momentos después, el pueblo hizo lo posible para alcanzar el indulto; pero ya era tarde: todo estaba ultimado.

"El ajusticiado " (6 de 9)


(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)

Parte -VI -

Tres días después de esta entrevista, otra persona muy distinta llamaba a la puerta del mismo calabozo. Al'saber Patinota la persona que por él preguntaba, se quedó acortado; el visitante, entonces, pidió permiso para entrar.

-¡Permiso, padre mío!...-le contestó Patinota-, ¿Puede solicitarse permiso para entrar a ver a un sentenciado a muerte?

El que entraba era el venerable párroco de Sabugo, don José Fernández Rayón, muy conocido de Patinota, por haber sido el que le dio la primera comunión.

Una Vez dentro el piadoso párroco, Patinota exclamó:

- Me han condenado a muerte, padre, han obrado con justicia, cien veces he merecido la sentencia!...

-¡E1 Dios de bondad. te consuele, hijo mío!-le contestó el señor cura, y le estrechó sus manos entre las suyas

.
Patinota, entonces, con cierta timidez, no exenta de respeto, besó las puras manos del párroco, y dirigiéndole una mirada suplicante, le dijo, sollozando:

-¡Padre, muy pecador he sido!  ¿Me perdonará Dios?..

-¡Dios, lo que desea y quiere, son corazones arrepentidos, hijo mío!-le contestó el sacerdote.

-¡Oh, no me llame usted hijo!-exclamó el joven, ocultando su rostro, avergonzado, en aquel pecho, que tan paternalmente le oprimía.

Y Patinota lloró como llora el arrepentido para borrar sus culpas.

"El ajusticiado" (5 de 9)

(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)
Parte  - V -

Nada hay que tanto agrade a un pecador corno el recuerdo de los años infantiles, en que se duerme soñando con los ángeles

María así lo creía, y al encontrarse con Patinota, le recordó aquellos días felices en que ella lo llevaba de la mano al templo, y el pobre reo gozaba; para él, aquellas funciones de la iglesia tenían un encanto
indescriptible; el silencio augusto del santuario, sólo interrumpido por el rezo de los fieles; los rayos de sol, bañando las blancas paredes; la Virgen en el altar, resplandeciente y hermosa, entre luces y flores; el día de su primera comunión, lleno de inocencia y de candor, todo aquello pasaba por su imaginación como un raudal de aguas tranquilas, que lo sacaban del mundo y lo llevaban a la región de la dicha. Pensaba luego en lo pequeño que era ante Dios, y, sin embargo, lo había ofendido tanto... Volvía a pensar en. Dios, que había
bajado del cielo, hecho hombre, y sufrido mortificaciones y dolores y tormentos y la muerte más ignominiosa, y todo por él y para él, ¡miserable pecador!, y se sentía oprimido por tantas culpas. Ahora mismo y siempre, decía, nos está mirando„. Y lloró al considerarlo, y lloró a llágrima viva... Lloró, porque recordó el último día que entró en el templo parroquial, de aquel día que, palpando aquellas monedas que había robado, depositó una onza de oro en el cepillo de la Virgen, y también se acordó de la Salve que rezó antes de salir de la iglesia, última plegaria que pronunciaron sus labios y fervorosa había salido de su corazón... 

Después de una larga conversación habida con María, su corazón se había reblandecido con el dolor del arrepentimiento.

Al despedirse la una del otro, no pudieron articular palabra; él se dejó caer, rendido, en la pobre tarima que había en el calabozo; María salió en silencio a desahogar la amargura inmensa que embargaba su espíritu, no sin antes dirigir una mirada de cariño a aquel desgraciado joven, que sin él pensarlo, le había acibarado los días de su vida.