Cita diaria, prolongada generación tras generación, en el recinto cerrado del
mercado de los gochos. Todas dieron buenos futbolistas.
Ahí se iniciaron, entre otros, Castor (Arnao), Elmo (Carbayedo), los manganes Jesús, Gerardo, Marino y Abraham (R.Avilés), Sabino (R.Avilés), Poldín (R.Avilés), Jesús güeyinos (Carbayedo), Robledo (Carbayedo, R.Avilés, R.Madrid), Cuco (Arnao, Praviano, R.Avilés), Chelona (R.Avilés, C.Leonesa, Ferrol), Ignacito (Carbayedo, Praviano), Raúl el de Elvira (Miranda, Hispano), Luis el gordo (Miranda), Chinín (R.Avilés, C.Leonesa, Ferrol), Florín el mangán (R.Avilés, R.Gijón), Cabo (Miranda), César el pachaco (Cende), Basora (Carbayedo, R.Avilés), Julio (La Carriona), Coto (Carbayedo, R.Avilés), Mario (Carbayedo), Gallego (R.Avilés), Catruli (La Carriona), Monchín (R.Avilés, Granada), Beto el pachaco (Carbayedo), Carlonchi (Miranda) , etc.
Un día sí y otro también había fútbol en el Carbayedo. A más no tardar la una y diez y con la comida en la boca, efectuado el reparto de contricantes, empezaba a rodar la pelota, a veces recogida en el prado del Marqués, frente a la huerta de la pachulina, del recreo del Instituto Carreño Miranda.
No había árbitro, nos sancionábamos unos a otros.
Como atuendo, el de cada uno, el mismo que para ir al trabajo, que se iniciaba entonces a edad temprana, sobre los 14 años. Los que trabajaban, tan pronto oían la radio de algún vecino dando el parte de las dos y media, salían corriendo para la empresa. Otros, sin trabajar o estudiando, continuaban dándole patadas a la pelota.
Había dos porterías, una en la zona alta (casi al frente de La Arcea) y la otra abajo (donde La Garnacha). Los palos se marcaban con prendas. En la de abajo el poste izquierdo era un árbol.
Se jugaba más cómodo tirando para abajo, que se decidía por sorteo.
Se procuraba que la pelota no entrara en Casa María la chula, por que no la devolvía. En una ocasión entró tras ella César el pachaco, que se escondió debajo de una mesa sin darse cuenta María, que apareció a la puerta regañando y avisando que no la devolvía ... Reunidas unas perronas entramos a tomar algo y fue fácil que César se nos uniera y saliera rescatado, con la pelota.
El resultado se olvidaba nada más terminar de jugar, podía haber algún comentario, pero breve. Era todo muy sano.
Un problema para jugar, era el guri. Estaba prohibido jugar a la pelota. Prohibición por demás ridícula. - No se molestaba a nadie y la diversión acaparaba nuestra dedicación -. Sobre las dos, solía aparecer el guardia municipal por Galiana y al aviso de "el guri, el guri" todos a correr hacia la carreterina, para volver poco después.
Derribado el paredón y realizados espléndidos arreglos en el Carbayedo, los partidos pasaron al olvido.