jueves, 11 de abril de 2013

"El ajusticiado" (1 de 9)

(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)

Parte  - I -

Existía en Sabugo una plazoleta típica, muy conocida del vecindario por celebrarse en ella un mercado diario, consistente en piñas, hacecillos de leña, hortalizas, huevos y leche, etc., etc.

Las costumbres genuinas de la parroquia parecían estar vinculadas en este cuadrado recinto, en donde se reunían, en los días festivos, por la tarde, para jugar al perico, a la mata, a la brisca y a otros entretenidos juegos, las comadres, que en los barrios humildes suelen componer el club tijeretero.

Pero lo que hizo más popular este sitio fue el haber vivido, a principios del siglo XVIII, una señora llamada María Álvarez, que, en entre otras buenas cualidades, se distinguía por su gran caridad: no había pobre que no socorriese, ni enfermo que no recibiera de ella palabras de consuelo y de amor.

Era María el ángel tutelar de los desheredados de la parroquia, y los vecinos acudían a ella en sus necesidades, encontrando siempre amparo y protección.

El arca de María era el granero de todos los indigentes de Sabugo, que llamaban a su vivienda la «Huerta de María Álvarez»; y llegó a hacerse tan popular, que venían de los cercanos pueblos de San Cristóbal, Valliniello y otros, a venderla patatas, legumbres y demás artículos de conocida utilidad, que ella siempre compraba, para distribuirlos luego gratuitamente entre los más necesitados de la parroquia, originándose el mercado que más tarde existió, y que /levó el nombre de dicha señora, que por contracción se llama aún, entre los oriundos del barrio, La Güerta Mari-Able.

Un día llegaron a casa de María unas vecinas (1) para decirle que en el Carbayo vivía una mujer, que se hallaba enferma, y en la más extremada pobreza. La buena señora, no sólo abrió al momento el bolsillo para socorrerla, sino que ella misma se fue a la vivienda donde la infeliz habitaba para prestarle su ayuda personal.

¡Triste encuentro!  Entre unas pajas mal cubiertas con un saco, en una habitación húmeda, apenas defendida del viento y del agua por algunas tejas y ramas enlazadas, sin lumbre en el fogón y sin nada que pudiera servirle de alimento, recostada, con una criatura en los brazos, se hallaba una mujer, llamada Angelina la Patinota, joven aún, pero que había quedado muy enferma desde el día que vlo flotando en la ría e/ cadáver de su esposo, después, del naufragio de la lancha Vitoria, tripulada por nueve marineros de Sabugo, del que quedó triste recuerdo en toda la vecindad. La caridad fijó su residencia en aquel desvencijado tugurio, y la enferma pudo recuperar la salud,  merced a los cuidados prestados por María, ocupándose ésta al mismo. tiempo y por separado, para aliviar a la Patinota, de la educación del niño, que con gusto prohijó, y tuvo a su lado, hasta que motivos transcendentales hicieron necesaria su separación,

(1) Hasta hace pocos años había en Sabugo la piadosa costumbre de salir dos vecinas, voluntariamente en determinados y urgentes casos, a pedir de casa en casa, y recoger en un plato las limosnas para remediar alguna apremiante necesidad, 

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