Parte - VII -
Al día siguiente, que era el último de su vida, el infeliz reo oía, de labios del venerable párroco, el perdón de sus culpas.
En el calabozo se había preparado un sencillo altar, cubierto de negro, y en él se veía, entre dos velas de cera amarilla encendidas, una imagen de Cristo crucificado. Ante ella permaneció Patinota de rodillas largo tiempo en profunda meditación; después recibió, con marcadas muestras de fervor, la sagrada comunión, oyendo antes el santo sacrificio de la misa.
Los asistentes todos lloraban, y al verle a él tan conforme, hubiérase creído que se preparaba para una gran fiesta.
Oraba sin cesar, y hubo que distraerle para que tomara algún alimento.
Vuelto en si, le presentaron un buen almuerzo.
Era el último que comía;; lo saboreó con apetito; estaba alegre, y casi se sentía feliz
.Los amigos recibieron de él palabras afectuosas, y al carcelero, que lloraba, le dijo:
-¿Cómo lloráis por un miserable como yo? Ea, consolaos. Si Dios me perdona y me hace la gracia del buen ladrón, en el cielo me acordaré de vos.-.Luego, dice a todos los presentes::-Os suplico una oración, después de mi muerte, para el que va a ser ajusticiado.
Los asistentes todos movieron la cabeza en señal de asentimiento.
Unos momentos después, el pueblo hizo lo posible para alcanzar el indulto; pero ya era tarde: todo estaba ultimado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario