jueves, 28 de marzo de 2013

"El Campo de Caín" (1 de 5)

(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927

Parte - I -

Era Sabugo, por los años de 1608, un pueblecito formado por cuatro calles paralelas, dos a dos, habitado en su mayor parte por marineros y pescadores, y aunque se hallaba separado de Avilés por un brazo de mar, no obstante, estaba unido a la villa por un puente de ruda pero sólida construcción.

En una de las calles que daba a la iglesia parroquia], vivía en el siglo a que se hace referencia, una señora viuda, regularmente acomodada, con dos hijos que le habían quedado a la muerte de su esposo don Lope de las Alas, acaecida en 1603, durante la travesía en un viaje hecho a las Américas en compañía de don Pedro Fernández de Quirós, afortunado marino, descubridor de las islas Otaiti y la Encarnación, y a quien se debe también el nombre de Veracruz, que puso al sitio en donde desembarcó, al encontrarse en el golfo de Méjico, adonde se había dirigido con sus cinco galeones y ciento cincuenta y seis personas de desembarco.

Doña Mencía, que así se llamaba la piadosa viuda, se ocupaba en educar cristianamente a sus hijos, creciendo éstos a la sombra de su maternal amor. Uno de ellos, el de menor edad, de rebelde naturaleza, hacía infructuosos los desvelos de la madre, que no podía, a pesar de su bondad y cariño para con él, contenerle en sus desórdenes y maldades; el mayor, por el contrario, de natural bellísimo y de puras y angelicales costumbres, era el ídolo del hogar y el paño de lágrimas en donde desahogaba la afligida viuda sus amarguras.

Un día, después de haber comido, salieron ambos hermanos de casa en direcciones opuestas; el menor se dirigió al astillero en donde se estaba construyendo una goleta, el otro caminó por el puente hacia el convento de San Francisco, que se hallaba al extremo sur de la villa, sitio que más le agradaba frecuentar.

Pasaron las horas de la tarde, y no volviendo ninguno de los dos, la madre empezó a recelar de la suerte de su primer hijo, pues jamás había tenido necesidad de esperarle, pues siempre se recogía antes de ponerse el sol; no sucedía lo mismo con el hijo menor, que con harta frecuencia entraba en casa, instigado por malas compañías a deshora de la noche, sembrando el disgusto en la familia.

Algo grave le había sucedido al hijo mayor, cuando no estaba en casa a la hora de cenar 

La desconsolada madre pasó la noche en vela, esperando por sus hijos, pero inútilmente; no volvieron por casa a aparecer.

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