(Del libro "AVILÉS", escrito por Manuel Álvarez Sánchez, impreso en 1927)
Parte - I -
En las cercanías de Avilés, sobre una de las pequeñas lomas que limita por el Oeste la población, existía, por los años de 1475, un castillo de severas formas, coronado por almenas, ostentando en su frente magnifica torre; en el frontis, sobre rnaciza puerta, se destacaba un gran escudo de armas, que indicaba el señorío de aquella mansión; allí vivía uno de los descendientes en linea recta del conde Arturo de Casa Enrique de Albar, uno de los héroes de la batalla de las Navas de Tolosa. Se distinguía esta linajuda familia, no tanto por los buenos servicios prestados al rey cuanto por su caridad para con los pobres. Llevaba el dueño del castillo el nombre del primer fundador, y joven aún se unió en matrimonio con doña Blanca, de la regia estirpe de Aragón, añadiendo nuevo brillo al ya muy esclarecido linaje de Albar.
Habíanse propuesto ambos esposos labrar la felicidad de sus súbditos, fundando, en su alcázar, un asilo en donde el peregrino encontrase albergue y el indigente pudiera remediar sus necesidades; así que, desde los primeros días de la fundación, acampaban al pie del castillo multitud de personas, a quienes socorrían, dándose el caso de mandar abrir sus graneros y de ponerlos a disposición de sus vasallos cuando el año de 1483 (1) el hambre y la miseria hablan hecho grandes estragos en la comarca, agotándose las municiones todas en gran cantidad acumuladas en la señorial casa de Albar.
Si dadivoso era el conde, la condesa era llamada el Ángel de la Caridad.
Parecía ser el castillo de Albar la mansión de la dicha, de donde salían y adonde iban a parar las bendiciones de sus fieles súbditos.
No les faltaba otra cosa para ser felices, en lo que humanamente cabe en esta vida, sino que el cielo les concediese un descendiente que fuese heredero, al par que de su rango y señorío, de la virtud, que era el más preciado blasón de la linajuda estirpe; al fin, cuando rnenos lo esperaban, un robusto niño vino a completar la alegría en aquella espléndida mansión; se hacen los preparativos para el bautizo; el conde desea solemnizar el feliz natalicio e invita a todos sus vasallos para tomar parte en la augusta ceremonia. El bautizo, celebrado con aparatosa solemnidad, fue un verdadero acontecimiento que el conde quiso señalar con su acostumbrada caridad.
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